Carta a mi Victimario (Primera Parte)

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Hoy al fin decidí irme de tu lado, sé que muchas veces suplique por qué te quedaras y otras tantas amenace con que esto terminaría.
No hay más culpas, no quiero volver a engañarme aceptado tus promesas de que cambiaran las cosas, que no volverá a suceder, que no volverás a agredirme y que eso depende de mí, hoy sé que haga lo que haga, jamás te daré gusto y siempre habrá alguna razón para que puedas lastimarme, ofenderme o agredirme.
Recuerdo el día que te conocí, y aquellas primeras semanas donde estar a tu lado era el momento más esperado del día; verte era mi ilusión, abrazarte y mirarte a los ojos me llenaba el corazón, tu sonrisa invitaba a besar esa boca.
Oh, Dios, ¿Dónde quedaron esos momentos? Tu actitud poco a poco fue cambiando, casi de forma imperceptible, me fui doblegando a tu voluntad.
A las pocas semanas de salir contigo, empezaste a pedir que cambiara mi forma de vestir, me decías: “Eres mía, y no me gusta cómo pueden verte tan llamativa en otros lugares, no quiero que me roben a mi princesa”, me sentía halagada y poco a poco cambie mi forma de vestir, de peinarme y hasta mi maquillaje.
Las cosas no se detuvieron ahí, mis amistades me “quitaban” tiempo para estar contigo y no se diga de otras actividades donde yo pudiera relacionarme con otros hombres, eso te ponía furioso; yo lo justifique pensando que era por lo mucho que me amabas.
Sin darme cuenta mi círculo se fue cerrando, ya solo convivía con mi familia y contigo, pero a mi familia a pesar de vivir en el mismo hogar, los veía poco y mucho menos salir o hablar con ellos, ni se mencione a esas fiestas donde tú no pudieras ir, ni pensarlo. Mi Madre estaba de acuerdo con la relación por que eras encantador con ella, mientras mi padre te veía con recelo por qué observaba mis cambios y no estaba de acuerdo, yo lo calmaba cuando le decía cuanto te amaba y lo feliz que era a tu lado.
Un día, por mis actividades llegue unos minutos tarde para verme contigo, al acercarme a ti, me empujaste, me gritabas que donde había estado, empezaste a agredirme diciendo que andaba de loca por ahí, me cuestionabas con violencia para que te dijera donde había estado, hasta que termine llorando, sintiéndome culpable por haber llegado tarde, te explicaba lo ocurrido y no me permitías hablar, en mi desesperación, te pedía perdón, y por fin, “me perdonaste”, sin antes decirme que no querías que volviera a ocurrir, me pusiste reglas y horarios, me prohibiste amistades, actividades, revisaste mi celular y redes sociales, me dijiste, que te enojabas por qué yo te importaba y me amabas, que lo nuestro era serio y no un juego. ¡Que ciega estuve!
Sin darme cuenta de pronto ya me controlabas con la mirada, me revisabas mis conversaciones, mis salidas, horarios, ropa y hasta lo que podía platicar con mis padres, tenía miedo, angustia y vergüenza, el temor de que yo “te hiciera enojar” si no hacia las cosas “correctamente”, me ahogaba, cada palabra o acción mía, tenía que pensarla muy bien, ya que ahora cada vez que yo te hacía enojar me decías que yo no valía la pena, que era una inútil y que por eso me quedaría sola, que te estaba hartando y me dejarías; en mí había una lucha entre el miedo a seguir en la misma situación de agresiones y malos tratos; y el miedo a que me dejaras, quedarme sola y no volver a encontrar a alguien que me “amara tan intensamente” como tú lo hacías; sentía tanta vergüenza de platicar lo que me estaba sucediendo, a los ojos de muchos éramos la pareja perfecta.
A unos meses de estar a tu lado ya era otra persona, la seguridad, independencia, autonomía y alegría se habían ido de mi vida, era una chica temerosa, insegura y angustiada de que encontrarás a alguien mejor que yo y me dejaras, ¿Cómo podría soportar la sola idea que me dejaras por alguien más? ¿Qué pensarían mi familia y amigos de una ruptura? ¿Dónde encontraría a alguien que me amara como tú? Yo no podría amar a nadie más, tú eras mi vida, había hecho miles de planes de estar a tu lado, viajar, hacer una familia, comprarnos una casa y tal vez si tú lo quisieras tener unos lindos bebes.
No, no podría permitir que esto se terminara. De pronto nuestras citas de espaciaron, pero me ordenabas que no saliera de mi casa, que irías a verme más tarde, me quedaba pendiente del teléfono a una llamada tuya para poder verte, hasta que me quedaba dormida esperándote, me marcabas en la madrugada para decirme que irías al día siguiente por qué se te había complicado llegar, y esa historia se repitió incontables veces.
En esos meses que nos veíamos con menos frecuencia, tú salías con otras chicas y mis amistades llegaron a decirme, que te habían visto, pero no les creía; ante la insistencia de los comentarios, te reclamé, lo negaste y te creí. No quería creer que pudieras estar con alguien más, aunque lo presentía.
Una noche que salimos, fuimos a tu departamento, ya no era tan frecuente como antes, pensé qué tal vez me tenías una sorpresa, estaba feliz a tu lado, te pusiste cariñoso, aunque actuaste de forma distinta, te sentí diferente; no quise decir nada, me besaste con desesperación y al terminar de hacer el amor, me llamaste por otro nombre, salte inmediatamente de la cama y te grite, me puse mal contigo, me dijiste que estaba loca, reaccionaste con violencia, me golpeaste, me diste miedo, y esa fue la primera vez de muchas escenas que llegaste a golpearme.
Cada vez que me golpeabas, al poco tiempo me pedías perdón y me decías que no volvería a repetirse, sin embargo, cada vez era más frecuente y violenta tu reacción, desde empujones hasta golpes en el estómago o la cabeza, buscabas lugares donde no fuera visible o dejara marcas, eres un experto, de eso no tengo la menor duda.
No podía comprender cómo podíamos amarnos y que me dañaras tanto. Ahora comprendo que no era amor lo que me detenía a tu lado.

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